Cuando se escapa el monstruo de nuestra sombra


Muchos adultos arrastramos carencias de nuestra infancia. A algunos nos gritaron, a otros, nos pegaron, nos castigaron, nos ningunearon. Unos cuantos creímos las dolorosas palabras que nos dedicaban y crecimos sin amarnos, sin respetarnos, sin valorarnos. Muchos, no fuimos escuchados, comprendidos, acompañados desde el respeto y la empatía que los niños necesitan.

Para sobrevivir a estas carencias, de niños, incluso de bebés, elaboramos estrategias que nos ayudaron a sobrellevar el día a día, a superar los momentos de crisis de la forma menos dolorosa posible, a cerrar los ojos ante el desamor que estábamos sufriendo. Estrategias, las más, dañinas para nosotros, que nos sirvieron en aquellos momentos para sobrevivir, pero que se han ido repitiendo a lo largo de nuestra vida, incluso, en nuestra edad adulta, y hoy en día, suponen un freno en nuestras vidas.

Algunos, ante los gritos, callamos, otros, ante los golpes, nos replegamos, ante los insultos, asentimos: seguro que éramos como los adultos nos describían. La mayoría, ante tanto dolor, tanta injusticia y soledad, creamos un espacio en nuestro interior donde ocultar (también a nosotros mismos) nuestro enfado, nuestra vergüenza, nuestros peores recuerdos, nuestras emociones más lacerantes y dañinas.

Este espacio es el que denominamos nuestra sombra.

¿Cómo admitir que Papá me castigaba y era cruel conmigo? Escondiéndolo en ese armario de terrorífica realidad llamado sombra.

¿Cómo pensar con siete años que mi Mamá me deja solo para irse con sus amigas? Abriendo un cajón del armario, escondiendo la verdad y elaborando una excusa que nos susurraba al oído (y aún hoy lo hace) que Mamá lo hacía porque me lo merecía, porque era malo y no podía más conmigo.

¿Cómo disculpar los malos tratos recibidos? Justificándolos, nos pegaban por nuestro bien. Los cachetes han servido para hacer de mí la persona que soy. No me ha ido tan mal me digo a mi mism@.

Crecemos, maduramos, arrastramos nuestras carencias, escondemos el dolor y la pena en nuestra oculta y silencios sombra, tenemos hijos y un día, la tensión, el cansancio, el enfado, la incomprensión, hacen que desde lo más recóndito de nuestro ser se escape un monstruo cruel y desbocado. La sombra toma vida propia, se apodera de la persona que pensamos que somos y nos muestra una verdad negada que nos avergüenza y nos choca. El monstruo nos posee: gritamos, insultamos, humillamos, descargamos nuestra ira, nos convertimos en una persona que no reconocemos y sin embargo, somos nosotros.

¿Qué podemos hacer? Percatarnos de que está ahí, de que existe, de que tenemos una sombra al acecho. Si la reconocemos, si nos concienciamos, si nos enfrentamos a ella, la asumimos y la aceptamos, podemos buscar herramientas para evitar que ese monstruo salga desbocado y se cuelgue no solo de nuestra mochila, sino también, de la de nuestros hijos.

No digo que sea algo fácil, ni rápido, pero se puede hacer.

Elena Mayorga



© Elena Mayorga Toledano. Ilustración de la portada realizada por Rocío Araya Gutiérrez. Con la tecnología de Blogger.