Comprensión, respeto, compasión, Paz.
De
niña mi madre me contó una historia que me entristeció muchísimo.
Me relató un viaje que había realizada a Francia con una amigas de
la carrera (en los años 60 del pasado siglo) en el que todas ellas
sufrieron a lo largo de su estancia episodios de xenofobia. Ahora nos
parece mentira ¿verdad? Pero ocurrió, en Francia, nuestro
democrático país vecino, las atendieron mal, las insultaron, por
ser españolas, por ser mujeres procedentes de un país pobre y menos
desarrollado. En ese mismo país, escasos años después, l@s
jóvenes, llevaron a cabo una monumental protesta social
reivindicando libertad y derechos para tod@s.
Han
pasado largos años de los famosos sucesos de Mayo del 68 y nuestra
sociedad sigue anclada por los mismos males que aquellos estudiantes
deseaban combatir: miedo, desigualdad, incomprensión, intolerancia,
jerarquización, coacción, sumisión, extrema pobreza para muchos,
riqueza extrema para unos cuantos, racismo, xenofobia, etc. Los que
participaron en aquellas revueltas, sus hijos y sus nietos, seguimos
viviendo en una sociedad que fija sus fundamentos culturales y
económicos en el ANTAGONISMO, la enemistad, la envidia, la guerra,
la lucha de poder en cualquier ámbito, el Miedo al otro.
A
algunas personas estas palabras les pueden parecer exageradas, una
barbaridad. Damos por supuesto que nuestra sociedad es más o menos
justa, igualitaria, que somos altruistas, generosos, que tenemos
seguridad social que nos atiende cuando estamos enfermos (cada vez en
menos supuestos), que contamos con escuelas, parques, bibliotecas,
seguro de desempleo (cada vez más escaso y más difícil de
obtener), y vemos las guerras como algo lejano y el hambre es cosa de
nuestras abuelas (por desgracia muchos niños también pasan hambre
en nuestros opulentos países).
Algunos
me diréis, no es cierto, no vivimos en continúa lucha o combate.
Para
comprobar mi afirmación, simplemente, te propongo un ejercicio,
recuerda desde que eras niñ@, hasta hoy en día la cantidad de
“enemigos”, “contrincantes”, “adversarios”, “rivales”
que has tenido, por ejemplo: aquel niño de la guardería, el equipo
contrario de fútbol del cole, los niños del bloque vecino, los de
la ciudad de al lado que siempre son “los malos”, el primero de
la clase, las chicas del otro instituto, los marcianos de los
videojuegos, los del país vecino, los que escuchan la música que no
te gusta, el compañero de trabajo que puede “robarte” tu
ascenso, los del partido político rival, personas que crían de otra
forma diferente a la tuya, aquel que te miró mal, el del coche que
te está pitando, el que ha discutido contigo acaloradamente en una
red social, etc.
Casi
tod@s
hemos tenido en nuestras vidas enemigos, rivales, adversarios.
Nuestra sociedad está basada en la jerarquía, la violencia y la
desigualdad, y las formas más eficaces de fomentar estas son a
través del miedo al otro, el antagonismo, la lucha, la guerra, el
odio, los prejuicios, el rechazo a lo diferente.
Durante
milenios hemos visto como esta espiral de lucha y destrucción ha ido
incrementándose, nuestra sociedad involuciona hacia una cultura cada
vez más y más violenta, más dominada por el miedo. Por desgracia,
hoy en día, millones las personas mueren al año en nuestro planeta
de forma violenta, millones de personas mueren de hambre, millones de
personas son discriminadas por su sexo, por su orientación sexual,
por sus creencias, por el color de su piel, por el lugar en el que
nació, etc.
Si
queremos detener esta disparatada escalada de miedo y terror, si
queremos crear una sociedad, realmente, más justa e igualitaria, si
de verdad queremos conservar nuestro planeta para nuestros hijos,
nuestros nietos y futuras generaciones, tenemos que realizar una
completa transformación de nuestra sociedad, una transformación
total desde su base. Tenemos que cambiar los fundamentos sociales y
culturales actuales, basados en el antagonismo y la violencia, por
otros más justos y pacíficos, que hundan sus raíces en la
cooperación, la comprensión y en el respeto al otro.
Pero
este cambio, no sólo ha de darse a gran escala entre gobiernos y
países, sobre todo, debe producirse en nuestras propias vidas. Si
cada uno de nosotros contribuimos a frenar esta escalada de
violencia, de guerras, de luchas entre nosotros y nosotras,
lograremos el cambio, la transformación necesaria, para salvarnos de
la extinción.
Todos
tenemos que comprender que las personas que están a nuestro
alrededor, no son nuestros enemigos, no están ahí para enfrentarse
a nosotros, para que las juzguemos o luchemos en su contra, sino para
unirnos con ellas para lograr el bienestar social, el bienestar de
nuestras familias, el bienestar de nuestros hijos y de nosotros
mismos.
No
sólo tenemos que predicar y hablar de cómo debemos cooperar,
compartir, criar a nuestros hijos. Para transformar el mundo, es
necesario, diría que imprescindible, llevar esas teorías a la
realidad, sentirlas y vivirlas. Frente a la afrenta, frente a la
lucha, frente a la provocación: comprensión del otro y sus
circunstancias, dialogo, negociación, respeto, Amor, Paz. Este es el
ejemplo que debemos mostrarle a nuestros hijos. Las palabras son
bellas, pero sólo palabras, las acciones conforman la realidad, la
nuestra, la de nuestros hijos y la de nuestra sociedad.
No
somos mejores o peores por ser hombres, mujeres, niños, niñas,
espirituales, no espirituales, ricos, pobres, de cabello negro, de
piel blanca, de nariz chata, por trabajar en esto o en aquello, por
tener un título o por ser autodidacta, por hablar un idioma u otro,
etc. Todos somos, todos tenemos nuestras circunstancias, nuestras
propias vivencias, nuestros porqués y para realizar estos cambios
que necesitamos para evolucionar como especie, tenemos que crecer y
ser criados en el respeto hacia nuestra persona y hacia los otros, en la
comprensión, en la cooperación, en la ayuda mutua, en la creación,
la construcción, el diálogo, el Ser, no en la destrucción, la
guerra, la dominación, la lucha, la invisibilidad, el No ser.
Tomemos
todos nota de la labor tan importante que tenemos. Nuestros hijos,
nuestros nietos, sus futuros hijos, sus nietos, bisnietos,
tataranietos, el futuro de la humanidad y de la Tierra que nos da
cobijo, está en nuestras manos y en nuestro ejemplo. Convivamos en
la comprensión y el respeto, mostrémosles este proceder a nuestros
hijos, comprendámonos a nosotros y a los otros, respetémonos a
nosotros y a los otros, amémosnos a nosotros, amemos a los otros,
dialoguemos, creemos la Paz, olvidemos las guerras, las luchas, el
antagonismo. No destruyamos, creemos.
Elena Mayorga