Serenidad
Cuando
era me pequeña, recuerdo que me dejaba admirada lo rápido que iba mi madre a
todas partes: corriendo se despertaba, corriendo desayunaba, corriendo nos
recogía del colegio, corriendo cocinaba, corriendo comía, corriendo hacía la
compra, corriendo se duchaba. Recuerdo a mi madre siempre corriendo y, todos apresurados,
corriendo detrás.
Ahora
que soy adulta, y a mi vez, madre, he
comprendido cómo esas prisas, esa celeridad, de niña, además de llamarme la
atención, me intranquilizaban, me ponían nerviosa, rompían mi propio ritmo vital
y, al final, acabaron propiciando que me convirtiera en una persona acelerada e
impaciente.
La
impaciencia casa mal con los bebés, l@s niñ@s y la maternidad, así que una de
las grandes enseñanzas de mi hija, ha sido la de mostrarme que debía aprender a
esperar, a serenarme, para lograr así, reconectar con mi propio ritmo vital y de
esta forma, desde mi quietud, aprender a respetar el suyo.
Las
noches de lactancia, su búsqueda, sus exploraciones, sus pruebas, sus profundas
preguntas, su forma de ser, los conflictos, las alegrías, las penas, sus mimos,
los míos, todos ellos han contribuido a operar dentro de mí una profunda
transformación. No ha sido fácil y aún hoy en día, vivo momentos de aceleración
e impaciencia. Momentos, tras los cuales, necesito frenar, pararme y meditar
sobre todo lo ocurrido. Momentos en los que pienso que no deseo transmitirle a
mi hija las prisas que aprendí de mi madre, sus miedos, su tensión.
La
paternidad, la maternidad, nos hace ir más allá de nuestras propias
necesidades, de nuestro ego, nos ayuda a superar nuestras carencias y a
construir nuevos patrones de comportamiento mucho más positivos y sanos tanto
para nosotr@s mism@s, como para nuestros hijos e hijas.
Cuando
tenemos hijos o estamos con niños pequeños, la paciencia, la serenidad, son las
grandes aliadas de los adultos. Los gritos, la violencia, las prisas, las
órdenes, nos separan de los pequeños, nos alejan y rompen los hilos invisibles
de empatía y Amor entre nosotros. Sin embargo, la escucha respetuosa, el estar
presentes cuando nos necesitan, los mimos, los abrazos para calmar sus llantos,
nuestro respeto cuando surgen conflictos, nos acercan y fortalecen el
reconocimiento mutuo, el amor y el entendimiento entre nosotros.
Comprendo
que no es fácil, la crianza nunca resulta evidente, ni sencilla, pero, si nos
serenamos, si bajamos el ritmo, si comprendemos que compartir la vida con
nuestros hijos, simplemente, significa esto, compartir, no ordenar, mandar, o
vivir en un antagonismo continuo, podemos todas, todos, disfrutar mucho más de
nuestra compañía, de nuestro amor, de este precioso tiempo que tenemos para
disfrutar juntos de nuestras experiencias y de nuestra vida en común.
Elena Mayorga